Síndrome de Estocolmo
El síndrome de Estocolmo es una reacción psicológica
en la que la víctima de un secuestro, violación o retención en contra de su voluntad,
desarrolla una relación de complicidad y un fuerte vínculo afectivo, con quien la ha dañado física
y/o psicológicamente. Principalmente se debe a que malinterpretan la ausencia
de violencia contra su persona como un acto de humanidad por parte del agresor.1
Según datos de la Federal Bureau of Investigation
(FBI), alrededor del 27 % de las víctimas de 4700 secuestros y asedios
recogidos en su base de datos experimentan esta reacción. Las víctimas que
experimentan el síndrome muestran regularmente dos tipos de reacción ante la
situación: por una parte, tienen sentimientos positivos hacia sus
secuestradores; mientras que, por otra parte, muestran miedo e ira contra las
autoridades policiales o quienes se encuentren en contra de sus captores. A la
vez, los propios secuestradores muestran sentimientos positivos hacia los
rehenes.
Índice
- 1 Causas
- 2 Historia
- 3 Situaciones
- 4 Otros usos
- 5 Síndrome de Estocolmo Doméstico
- 6 Véase también
- 7 Referencias
- 8 Bibliografía
- 9 Enlaces externos
Causas
En la bibliografía sobre el tema, se mencionan
varias posibles causas para tal comportamiento:
- Tanto el rehén o la víctima como el autor del delito persiguen la meta de salir ilesos del incidente, por ello cooperan.
- Los rehenes tratan de protegerse en un contexto de situaciones que les resultan incontrolables, por lo que tratan de cumplir los deseos de sus captores.
- Los delincuentes se presentan como benefactores ante los rehenes para evitar una escalada de los hechos. De aquí puede nacer una relación emocional de las víctimas por agradecimiento con los autores del delito.
- Con base en la historia de desarrollo personal, puede verse el acercamiento de las víctimas con los delincuentes, una reacción desarrollada durante la infancia. Un infante que percibe el enojo de su progenitor, sufre por ello y trata de «comportarse bien», para evitar la situación. Este reflejo se puede volver a activar en una situación extrema.
- La pérdida total del control que sufre el rehén durante un secuestro es difícil de asimilar. Se hace más soportable para la víctima convenciéndose a sí misma de que tiene algún sentido, y puede llevarla a identificarse con los motivos del autor del delito.
- Este comportamiento surge debido a la presión psicológica que tiene el rehén al saberse aislado, abandonado, amenazado y quizás olvidado por la policía.
Historia
Artículo
principal: Robo de Norrmalmstorg
Patricia
Hearst durante el atraco protagonizado por el SLA en el Banco Hibernia.
El 23 de agosto
de 1973,
Jan Erik Olsson intentó asaltar el Banco de Crédito de Estocolmo,
en Suecia.
Tras verse acorralado tomó de rehenes a cuatro empleados del banco, tres
mujeres y un hombre. Entre sus exigencias estaba que le trajeran a Clark
Olofsson, un criminal que en ese momento cumplía una condena. A pesar de las
amenazas contra su vida, incluso cuando fueron obligados a ponerse de pie con
sogas alrededor de sus cuellos, los rehenes terminaron protegiendo al raptor
para evitar que fueran atacados por la policía de Estocolmo.
Durante su cautiverio, una de las rehenes afirmó: «No me asusta Clark ni su
compañero; me asusta la policía». Y tras su liberación, Kristin Enmark, otra de
las rehenes, declaró: «Confío plenamente en él, viajaría por todo el mundo con
él».
El psiquiatra
Nils Bejerot, asesor de la policía sueca durante el asalto acuñó el término de Síndrome
de Estocolmo para referirse a la reacción de los rehenes ante su
cautiverio.
Un año después, en febrero de 1974, Patricia
Hearst, nieta del magnate William Randolph Hearst, fue secuestrada
por el ejército Simbionés de Liberación.
Dos meses después de su liberación, ella se unió a sus captores, ayudándolos a
realizar el asalto a un banco. Este caso le dio popularidad al término de
"Síndrome de Estocolmo", al intentar ser usado por su defensa durante
el juicio, pero no fue aceptado por el tribunal y Hearst fue condenada por el
atraco.
Situaciones
De acuerdo con el psiquiatra
y catedrático de Medicina social Nils Bejerot, asesor de la
policía sueca durante el secuestro, el síndrome de Estocolmo es más común en
personas que han sido víctimas de algún tipo de abuso, tal es el caso de:
- Rehenes.
- Personas agredidas en un entorno familiar.
- Miembros de una secta.
- Niños con abuso psicológico.
- Víctimas de incesto.
- Prisioneros de guerra.
- Prisioneros de campos de concentración.
- Abusos de pareja.
Otros usos
Fuera del contexto criminal, una forma de que el
síndrome puede ocurrir es en el entrenamiento militar básico, en el cual este
es una experiencia ligeramente traumática con la meta de crear vínculos en las
unidades militares, que seguirán siendo leales entre sí, aún en situaciones de
peligro de muerte.
Igualmente, los efectos del sistema de las «novatadas»
en la introducción a grupos (tales como fraternidades, secretas
o no, las bandas
y hermandades) se han comparado a este síndrome.
En la antropología cultural un síntoma similar común es la captura de la novia.
La lealtad a un abusador más poderoso —a pesar del peligro
en que esta lealtad pone a la víctima de abuso— es común entre víctimas de
abuso doméstico, los maltratados y el abusador de niños (infantes
dependientes). En muchos casos las víctimas eligen seguir siendo leales a su
abusador, y eligen no dejarlo, incluso cuando se les ofrece un lugar seguro en
hogares adoptivos o casas de acogida. Este síndrome fue descrito por los
psicoanalistas de la escuela de la teoría de las relaciones objetales
(véase Ronald Fairbairn) como el fenómeno de la
identificación psicológica con el abusador poderosa.
Síndrome de Estocolmo Doméstico
El Síndrome de Estocolmo Doméstico (SIES-d),
también llamado “Síndrome de la mujer maltratada”, se da en mujeres maltratadas
por sus parejas sentimentales con las que mantienen un vínculo de carácter
afectivo.
El SIES-d plantea que la mujer víctima del maltrato
por parte de su pareja llega a adaptarse a esa situación aversiva que se da,
incrementando la habilidad para afrontar estímulos adversos y la habilidad de
minimizar el dolor. Estas mujeres suelen presentar distorsiones cognitivas como
son la disociación, la negación o la minimización. Esto les permite soportar
las situaciones e incidentes de violencia que se ejerce sobre ellas.
Origen de la denominación
Su denominación está vinculada con el Síndrome de
Estocolmo, que fue definido a partir de un concreto incidente en el que tras un
atraco a un banco de Estocolmo, “una cajera se enamora de uno de los
atracadores. Sandor Ferenczi (1873-1933) llamó a este mecanismo de defensa
identificación con el agresor, vínculo que se crea cuando una persona se
encuentra impotente frente a su agresor en una situación donde su vida corre
peligro"4
Se trata de un mecanismo de supervivencia que se crea en la mujer víctima de
maltrato para convivir con la repetida violencia que su pareja ejerce sobre
ella. Se denominó así a este proceso que se da en la mente de la víctima. Por
ello también se le ha llamado Síndrome de Estocolmo Doméstico al proceso mental
que sufre una mujer víctima de maltrato por parte de su pareja sentimental.
Fue formulado por Leonare Walker en Estados Unidos
en 1979, quien lo usó para describir las secuelas psicológicas que se daban en
las mujeres víctimas de violencia de género.5
El origen de la formulación de este Síndrome estaría fundamentado en la
“Teoría de la Indefensión Aprendida”.
Dicha teoría toma como fundamento experimentos
realizados por Martin Seligman, los cuales tuvieron incluso repercusión para el
análisis de la depresión en los seres humanos. El autor partió del
estudio de perros que fueron sometidos a choques eléctricos intermitentes.
Estos choques se daban de forma discontinua y al azar cuando los perros se
aproximaban a buscar sus alimentos, este procedimiento les produjo una
conducta, la cual les hacía arrinconarse en una esquina de su jaula a la que
denominaremos “esquina segura”. Permanecían en esa esquina segura hasta que
decidían volver nuevamente a la búsqueda de los alimentos y a veces recibían choques
y otras no. Como resultado de este proceso se crearon sentimientos de
incertidumbre al mismo tiempo que los perros se volvían más dependientes del
propio experimentador. A razón de estos resultados se estableció un paralelismo
entre la conducta aprendida desarrollada por estos perros y la conducta de la
mujer maltratada. También se han dado algunas posiciones críticas que defendían
que la incertidumbre asociada a la repetida violencia e intermitente es un
proceso clave en el desarrollo del vínculo, pero que sin embargo de ninguna
manera puede ser el único.
Ubicación como “Trastornos Disociativo no especificado”
El síndrome que nos ocupa no ha sido caracterizado
como entidad diagnóstica en la última edición de 1995 del Manual Diagnóstico y
Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM IV),
pero sí se lo reconoce como fenómeno psicopatológico de plataforma traumática:
“En el que se induce al agredido a un modelo mental, de naturaleza cognitiva y
anclaje contextual” (Montero Gómez, 1999). Montero ha introducido a este
Síndrome dentro de la clasificación de “Trastornos disociativo no especificado”
del manual “DSM IV”.
El autor ha descrito el SIES-d como “un
vínculo interpersonal de protección, construido entre la mujer y su agresor, en
el marco de un ambiente traumático y de restricción estimular, a través de la
inducción en la mujer de un modelo mental (red intersituacional de esquemas
mentales y creencias). La mujer sometida a maltrato desarrollaría el Síndrome
de Estocolmo para proteger su propia integridad psicológica y recuperar la
homeostasis fisiológica y conductual." (Montero Gómez, 1999).
Según Dutton y Painter (1981),
el Síndrome de Estocolmo entendido en el ámbito domiciliar surge de una forma
determinada. Estos autores han descrito un escenario en el que dos factores, el
desequilibrio de poder, por un lado, y la suspensión en el tratamiento
bueno-malo, por el otro, generan en la mujer maltratada el desarrollo de un
lazo traumático que la une con el agresor a través de conductas de docilidad,
donde el abuso crea y mantiene en la pareja una dinámica de dependencia debido
a su efecto asimétrico sobre el equilibrio de castigos. Este sentimiento de
dependencia camina hacia la identificación con el agresor, a la justificación
de sus actos y por último a “ponerse de su lado”.
A pesar de que el adjetivo “doméstico” a veces es
entendido como el espacio de convivencia familiar, éste hace referencia en el
Síndrome de Estocolmo Doméstico a muchos más ámbitos que el propio domicilio
donde puedan convivir la pareja. La conducta de maltrato es llevada a cabo
muchas veces en el hogar, pero también lo es fuera de él. Por ello, es
importante no confundir el término “doméstico” cuando hablemos de este
Síndrome: (SIES-d).
Fases
El síndrome viene determinado por una serie de
cambios y adaptaciones que se dan a través de un proceso formado por 4 fases a
nivel psicológico en la mujer víctima de maltrato por parte de su pareja.
Estas cuatro fases son:
Desencadenante: los
primeros malos tratos rompen el sentimiento de seguridad y la confianza que la
mujer tiene depositada en su pareja. Se produce entonces desorientación,
pérdida de referentes e incluso depresión.
Re orientación: la mujer busca nuevos
referentes, pero su aislamiento es cada vez mayor. Normalmente a estas alturas
se encuentra prácticamente sola con el exclusivo apoyo de la familia. La
víctima no tiene con qué comparar o con quién al estar aislada.
Afrontamiento: la mujer percibe la realidad de
forma desvirtuada, se autoinculpa de la situación y entra en un estado de
indefensión y resistencia pasiva. El agresor la hace sentir culpable. Entra en
una fase de afrontamiento donde asume el modelo mental de su pareja, tratando
de manejar la situación traumática.
Adaptación: la mujer proyecta la culpa hacia otros, hacia el
exterior (locus de control externo) y, el Síndrome de Estocolmo Doméstico se
consolida a través de un proceso de identificación con el agresor.
Sobre este tema Vallejo Rubinstein señala que el
“desconocimiento de estos procesos y de sus secuelas hace que muchas veces las
mujeres agredidas sean tratadas y retratadas como masoquistas, locas o
histéricas a las que les gusta que les peguen. Como explica Rojas Marcos, a la
hora de analizar las representaciones que se hacen de víctimas y agresores
(especialmente de los medios de comunicación que raramente toman en cuenta o
narran estos procesos), la mujer sale mucho peor parada que el agresor, que
suele aparecer como un señor normal, que nunca ha sido violento según los
vecinos y testigos, no el monstruo que uno espera, versus una mujer desencajada
y fuera de sí que lo provoca con sus comportamientos (1995, p.34). Esta
concepción patológica de la mujer objeto de abuso es sólo una de las muchas
imágenes o estereotipos que circulan en la sociedad respecto a víctimas y
agresores”.
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